18/5/09

Tiempo, temps, time, zeit


El español es realista, poco peripatético, desconfiado con la utopía. Su tiempo puede ser tan largo y tan enigmático como quiera pronunciar esa EM central, pero al cabo termina, siempre termina en un PO rotundo, redondo (valga la redundancia, y ahora ya es triple), más seco que el golpe de bombo que el director de una banda de música decreta para dar por terminada la marcha en medio de un pasaje cualquiera. La muerte, el fin de las cosas siempre llega y lo cierra todo repentinamente, dice el idioma, por mucho que hayas volado en la vida o en el espacio temporal marcado.

“Tengo tiempo para visitar la ciudad”, puede afirmar cualquiera. Pero el tiempo de visita, como está inscrito en el propio vocablo, ha de acabarse en algún momento. Inicio del recorrido por la ciudad (TI) suave, ligero; inmersión en el transcurrir de los minutos (EM) o de las horas (EMMM); final de la visita (PO). Tímido en el TI inicial, inmediatamente arrastrado a la grandeza y profundidad del EM, fatalista en el PO.

Aunque, todo hay que decirlo, también sucede que, en ocasiones, el tiempo no es justamente oro, sino todo lo contrario, plomo, y lo que uno quiere es que se acabe de una maldita vez y que haga PO. Caso de sufrimientos, penas y dolores de toda índole. Entonces sí, nuestro concepto de tiempo como lapso cerrado, inevitablemente acabable, siempre transitorio, o incluso efímero, nos facilita mentalmente la travesía de tales trances. Que no todo ha de ser negativo. (Aunque sí terrible.)

El francés, en cambio, es francamente romántico, generoso en su ambición, inconscientemente voluptuoso en su fantasía. Su temps es una campanada de reverberación infinita. Teóricamente existe la seca muerte en esa P penúltima, luego suavizada en burbujas, en cánticos, en vaporosos rastros dejados en el aire terrenal mediante la S, pero sólo teóricamente, porque esas dos secuencias, P y S, ellos no las cuentan: son dos letras que no pronuncian. Se quedan, eligen valientemente, quedarse vibrando en ese TAM. Nasal, eso sí, es decir, un poco de puertas para dentro, íntimo y desconfiado, como todo lo suyo. Les queda muy bien la infinitud divina de su temps en los poemas, sobre todo recitados.

El inglés time es mucho más abierto, tanto hablado como escrito. Mucho más aéreo, expansivo; pero la conjunción de esas dos vocales, AI, en la versión pronunciada (y mental), lo convierte en un tiempo mucho más cotidiano, como si fuera un juego de niños, o como una vieja marca de galletas para desayunar eternamente (o para merendar, a las 5 p.m., con la liebre y el sombrerero de Carroll), como el nombre de un periódico para leer eternamente en el eterno desayuno con galletas. Time, que ellos dicen "taim", y dejan una M final resonando bella, etérea, metafísica, onírica, para salvar la E final, que pondría un límite cierto, pero por otra parte limpio y nada estricto, a su tiempo. Por esa distancia entre lo que dice la letra y lo que canta la voz, entre lo que está escrito y lo que se dice, como en el francés, también ellos se engañan a sí mismos, o tal vez, mejor dicho, corrigen en la práctica lo que su idioma-constitución dejó establecido. Por supuesto, con gran complicidad global, ya olvidada en los abismos del tiempo, temps, time.

El alemán parece otro mundo, pero no lo es. Su tiempo es Zeit, que se dice, más o menos, SAIT. Veamos: el ZEI inicial es aún más comestible, suave, candoroso, cotidiano que en francés, inglés, español . Es casi como un saludo amable al vecino al iniciar el día. Amoroso incluso, pues esa Z es como una S líquida. Y luego termina, simplemente termina el tiempo en una T, punto y final, cruz y raya, sin ambages, sin comentarios, sin adornos, sin expresión de sentimientos. Porque, además, no puede ser prolongada artificiosa o expresivamente más que sosteniendo el sonido de esa A (SAAAIT). Pero prolongar una vocal no es lo mismo que prolongar una consonante (TIEMMMPO, TAIMMMM, TAMMM). En una vocal no hay sustancia donde agarrar, no hay carne. Y, en comparación con una consonante (aquí la amorosa M, ni más ni menos), el tiempo queda un tanto vacío, estéril. Casi cualquier sonido se puede estirar, por supuesto, pero hay puentes específicos que te conducen directamente, por derecho, a lo más intenso o a las más altas esferas, y luego hay remedos, cohetes, globos sonda, que son las vocales cuando las alargamos.

Zeit es una flecha que viene de lejos, de no se sabe dónde, y se hinca, al final, sobre algo duro. Muere. Sin más. Y es, por tanto, una definición, una fórmula matemática, un teorema, o mejor, un axioma verbal representable gráficamente por una semirrecta limitada en el sentido de futuro por el punto T. Sin embargo, por la izquierda, por el origen, por el comienzo, con esa Z lenta y vibrante, el tiempo alemán, el zeit, tiende al infinito. Es curioso: justo al contrario que time o temps, semirrectas también, pero con los límites marcados a la inversa. Nuestro tiempo es, claramente, un segmento, definido por ambos lados. Como casi todo, excepto algunos conceptos y, claro, las acciones, los verbos.

Es lo que pasa con los idiomas, que nos imponen con sus palabras lo que debemos sentir y, al mismo tiempo, retratan, radiografían lo que sentimos, corporativamente, acordadamente, nacionalmente. Es una tiranía que pactamos minuto a minuto dentro de los límites de cada frontera, y es por eso, en el origen, por lo que tenemos naciones y fronteras. Para decir tiempo, no decimos en nuestro país temps, ni time, ni zeit, ni siquiera domelcro, carrate, zuf o cualquier otra combinación de consonantes y vocales. Decimos tiempo y lo afirmamos así, con todas sus características, cada día, cada segundo, porque si no quisiésemos seguir afirmándolo nos inventaríamos otra palabra, o transformaríamos la que ya tenemos, como tantas veces ha sucedido a lo largo de los siglos.Y, entonces, ¿qué ocurre con esas otras naciones de América, de África, de Asia que, comparten con nosotros la misma idea de tiempo, y de alegría, de pan, de locura... Tal vez no sean otras naciones de veras. Estados federales, regiones, provincias de un mismo país al que pertenecemos nosotros, de nombre desconocido, organizaciones políticas y económicas y comerciales diferentes a la nuestra. Climas, razas, paisajes distintos. Pero naciones... No. En el corazón, no.

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por Miguel Ángel Mendo

Reflexiones y ocurrencias sobre el idioma (español).